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Nunca encontraré una explicación lógica al sueño de anoche. De él recuerdo cómo desperté completamente a oscuras y sin apenas sitio para moverme. Sin comprender qué sucedía, esperé unos instantes a que mis ojos se adaptasen a la oscuridad, pero mis pupilas parecían tan perezosas que, después de transcurrir varios minutos, no lograron conseguirlo.

Asustado, pude darme cuenta de que me encontraba en posición fetal debido al reducido espacio. Comencé a buscar con mis manos en la oscuridad algo que fuese reconocible, topando al instante con una pared que por el tacto me resultó rugosa y áspera. Deslizando por ella las yemas de mis dedos, aprecié algo que me hizo retroceder y agudizar el olfato. Eran una especie de filamentos amenazantes que sobresalían de la superficie. En el insuficiente oxigeno del que disponía, reconocí un olor familiar. Mi cerebro lo distinguió casi al instante y, aunque yo no quería admitirlo, sospeché que podría encontrarme en el interior de una de ellas.

Una ráfaga de acelerados latidos inundó mi pecho. Entré en pánico moviéndome todo lo que me permitían aquellos escasos cuatro centímetros cuadrados. Al hacerlo, sentí cómo comenzaba a balancearme. Cuanto más me movía, más pronunciado era el vaivén. Grité, sin dejar de zarandearme, todo lo que mi garganta permitió hasta llegar a volverse roncas mis palabras de auxilio; esperanzado de que alguien pudiera oírlas desde el exterior.

Sentí cómo un crujido paralizaba mi corazón, y un instante después, caí al vacío. Durante una fracción de segundo un hormigueo recorrió todo mi cuerpo temiéndome lo peor. Un golpe seco terminó con la angustia provocando que la luz se filtrara por una delgada grieta. Extendí mis manos sobre ella y empleé toda la fuerza que pude en empujar la superficie sin éxito, llegando a sufrir pequeños cortes en mis dedos. Con las manos ensangrentadas comencé a girarme con esfuerzo. Sentía cómo mi ropa se desgarraba al contacto con los filamentos, hasta que pude colocar mis pies sobre la estrecha abertura, e intenté una vez más desprenderme de aquel habitáculo que se había convertido en mi pesadilla.

Cuando lo conseguí, la luz del exterior cegó mis ojos y automáticamente me llevé las manos a ellos intentando protegerlos. Me apoderé de una gran bocanada de aire fresco que entró consolando a mis pulmones. Como en medio de un océano, vi cómo un interminable campo árido, a la sombra de un gigantesco y robusto nogal, me rodeaba. Tenía a sus pies cientos de nueces humedecidas y ennegrecidas por el rocío. En el momento en que mis piernas entumecidas me permitieron ponerme de pie vi, bajo ellos, los restos de lo que había sido tan solo unos segundos antes, uno de los frutos de aquel árbol.

Aquella nuez se había convertido en mi prisión, una, de la que logré escapar.

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Relato seleccionado por la editorial Dunken y publicado por ella en un libro de antología.

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