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Bajo una sombrilla de propaganda que la protegía de los ardientes rayos de sol, Sara observaba tímida, pero atenta, a un hombre que jugaba con entusiasmo a hacer castillos de arena con quien imaginó debía ser su hijo. Aquel joven que llamaba su atención de vez en cuando alzaba la vista dirigiéndola hacia ella, y con una leve sonrisa dibujada en el rostro, la saludaba de manera efusiva obligándola a desviar avergonzada la mirada hacia otro lugar.

Unos jóvenes que parecían haberse escapado de sus casas para pasar un fin de semana, daban muerdos sin piedad a sus bocadillos. Por el olor que le llegaba al olfato, imaginó aderezando a aquel pan, algún tipo de embutido que no lograba reconocer.

Dirigió su interés hacia el mar. Una moto acuática se movía sobre él con rapidez y destreza mientras sorteaba las olas. Sara ancló de nuevo su mirada en el desconocido. Esta vez recibía a su hijo portando del asa un cubo con agua, pero, tras la carrera, el pequeño no pudo evitar verter una gran cantidad que sabía iba a necesitar, para llenar la fosa que había cavado junto a su padre alrededor del castillo. Al darse cuenta de que lo miraba, volvió a mover el brazo de un lado a otro saludándola de nuevo.

Ahora fue una chica la excusa para disimular el nerviosismo de Sara. La joven chateaba con el móvil con una destreza en los dedos que escapaban a su lógica. Seguramente, para decirle cosas románticas a quien debía ser su pareja por la sonrisa de complicidad que se reflejaba en su rostro.

El hombre cambió el movimiento del brazo por otro que invitaba a Sara a acercarse hasta él. Sintió con rapidez cómo el calor se apoderaba de sus mejillas.

—¿Será mal educado? ¡Pues no parece que intenta ligar conmigo! —dijo dirigiéndose a la chica que buscaba achicharrarse con el sol sobre una toalla junto a ella.

 La joven levantó la cabeza buscando con la mirada a quien podía referirse la anciana.

—¿Quién?  —preguntó al no ver nada extraño.

—Aquel que juega a hacer castillos con su hijo junto a la orilla. —Señalando al hombre sin importarle que este se percatara de que hablaban de él.

—Sara, cariño. Aquel hombre es tu hijo, y el pequeño, tu nieto.

Sara, tras oír la respuesta de la joven, se quedó pensativa y permitió a su mirada perderse en las tranquilas aguas que ofrecía el mar aquel día.

—Dame la mano, Sara. Vayamos con ellos. —Le animó la joven.

 

 

 

 

 

 

 

         

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Relato seleccionado en un certamen y publicado por una editorial en un libro de antología.

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