top of page

       Lo tenía decidido, de esa noche no pasaría.

      Alex se armó de valor mientras por su frente corrían  gotas de sudor. La manta le cubría hasta la nariz, pero sabía que no soportaría otra noche más sin dormir.

Llevaba casi una semana sin pegar ojo, aquel rostro de nariz roja y amplia sonrisa que ocupaba la silla de su habitación, se había convertido en el motivo de su insomnio. Tía Cleo se presentó el día de su décimo cumpleaños con aquel monstruo bajo el brazo, y desde el primer momento, supo que algo extraño habitaba en él.

   Cuando entraba en su cuarto para acostarse, sus miradas coincidían, estando seguro el pequeño Alex, de que aquella sonrisa, era distinta cada vez que lo miraba.

Alex se levantó de la cama temblando con el edredón entre las manos como si fuese a atrapar una rata. Sus pasos eran lentos, pero decididos. Según se iba acercando a su presa, notaba cómo aquel muñeco de pelo naranja encrespado, clavaba sus pupilas sobre él congelándole la sangre. A un escaso metro, el pequeño se lanzó quedando a aquel demonio bajo su  cuerpo. Hizo rápidamente una bola y bajó corriendo las escaleras. Su madre dormía, así que, le sería fácil deshacerse del indeseado payaso. Abrió la puerta descalzo y se dirigió al contenedor de basura que tenían en el patio reservado para las hojas otoñales que caían de los árboles del jardín. Lo arrojó a su interior cerrando la tapadera con celeridad. Sin dedicar una sola mirada a quien le tenía en vela todas las noches, subió de dos en dos los escalones metiéndose en la cama con los pies llenos de tierra y suspirando por fin aliviado.

      Esa noche, Alex durmió del tirón.

     El sol entraba por la ventana trepando hasta la cama de Alex, quien descansado, abrió los ojos desperezándose. A su olfato llegó el olor a tortitas recién hechas, despertando en él un hambre atroz. Debía darse prisa si no quería llegar tarde al colegio. De un salto se levantó quedando su cuerpo petrificado. En la silla, volvía a estar aquel demonio mirándolo fijamente.

     Esta vez en su multicolor rostro no había sonrisa.

   —¡Mamá! —gritó Alex oyendo el sonido de un plato impactar contra el suelo.

   Samantha, la madre del pequeño quien había sido abandonada por su esposo tan solo hacía dos meses, subió corriendo las escaleras. La mujer que, tras haber ganado el juicio por abandono de hogar contra su marido, se había volcado en complacer a su pequeño ante cualquier capricho. Stephen, el padre de Alex, había declarado ante el magistrado que, sin poder aguantar más la situación, se marchó de casa porque su esposa no estaba bien mentalmente, y por más que se lo pidió, nunca quiso pedir ayuda a un especialista del que ella estaba convencida, no necesitaba, pero debido al juicio, tuvo que someterse a un estudio psiquiátrico, alegando los resultados, que su estado era apto y podía tener la custodia de su hijo.

  —¡¿Qué pasa?! —dijo la madre con el corazón acelerado.

      —¡Está ahí! —Señalando al payaso.

    Samantha tras dedicar una rápida mirada al muñeco contestó:

    —¿Dónde quieres que esté? ¿De vacaciones? Anda, que me has dado un susto de muerte. Creí que te había pasado algo.

     —Pero…

    —Ni peros, ni peras. Levántate a desayunar o llegarás tarde al colegio.

    —Pero es que…

  —Alex, ya lo hemos hablado. Es un muñeco. Solamente un muñeco.

   —Sí, pero…

   —¡Alex! ¡Ya! Quedamos en que no volveríamos hablar del tema. —Viendo cómo su hijo la miraba sin comprender y se resignaba echando a un lado la sábana.

    El pequeño, a quien por un momento se le pasó por la mente que el arrojar al payaso al contenedor fuese un sueño, la falta del edredón sobre su cama, hizo que aquella duda se desvaneciese. Al poner los pies descalzos sobre la mullida alfombra y verlos llenos de tierra, fue lo que le hizo convencerse por completo que lo sucedido, había sido real.

   —Esta noche te prenderé fuego —espetó al muñeco al pasar por su lado.

                                            ***

    12:05 de la mañana. Hospital psiquiátrico.

   —La mañana siguiente fui a despertarlo y… no estaba, no se encontraba en su cuarto, pero… pero el payaso estaba en la silla, donde siempre, pero no igual, tenía el rostro quemado, pero era él.

   —¿Fue cuando se puso a buscar a Alex?

   —Sí, por toda la casa, y no lo encontré.

   —¿Dónde lo encontró?

   —Ya se lo dije a la policía.

   —Dígamelo ahora a mí, Samantha.

  —En el pozo, lo encontré ahogado en el pozo. ¡No estoy loca doctor! Le estoy diciendo por enésima vez que un demonio habita en ese payaso. Mi hijo me lo advirtió y no quise creerlo. Y mire ahora… ¡Esta muerto! ¡Mi pequeño está muerto! Sé que es difícil de creer, pero… ¡créame! ¡Por Dios, tiene que creerme! —terminó diciendo entre sollozos.

   —Intento creerla. ¿Qué hizo entonces?

   —¡Me asusté, me asusté muchísimo! —Levantando el rostro para que el doctor la mirara.

   —¿Por qué no llamó en ese momento a la policía?

  —Es mi pequeño, solo quería que desayunara para llevarlo al colegio.

   —Samantha.

  —Solo quería que desayunara —Volvió a repetir entre lágrimas cubriéndose los ojos con las manos.

   —Samantha. Alex está vivo.

La mujer levantó la cabeza apartando las manos del rostro. Su expresión era la de una niña pequeña, esa que, cuando le dicen palabras que no entiende, achica los ojos y arruga la frente.

   —Encontró al payaso en el pozo, quemado. Su hijo le prendió fuego con una lata de gasolina que guardaba su marido en el garaje, pero se le fue de las manos ardiendo el contenedor que estaba lleno de hojas secas. Asustado, Alex cogió al payaso con una pala y lo arrojó al interior del pozo. Le despertaron las llamas, Samantha, y su pequeño salió corriendo asustado al ver cómo gritaba con su nombre al payaso mientras lo sacaba de aquel agujero lleno de agua. El niño gritaba llamándola, intentando hacerle ver la realidad, pero, se ensañó con él creyendo que era el payaso. Intentó estrangular a su hijo Samantha. Gracias a los vecinos que alertados por las llamas llamaron al nueve, uno, uno, la cosa no fue a más. Si la policía no hubiese llegado a tiempo… Samantha va a ser ingresada en un centro siquiátrico. Su marido tiene ahora la custodia de Alex.

PicsArt_04-20-09.56.15.jpg
bottom of page