No era humano, no era humano…
Repetía una y otra vez las mismas palabras mientras, ayudada con el pie, hundía con facilidad en el barro el oxidado metal de la pala.
La lluvia hizo intentos en vano por borrar la mancha de sangre que mostraba su camisón en el bajo vientre.
Arrojando palada tras palada en aquel hoyo, fue desapareciendo toda pista, de lo que sucedió aquella noche.
No era humano, no era humano…
Todo comenzó la noche antes de Navidad. Anne dormía plácidamente abrigada hasta los hombros. Su respiración era lenta y rítmica. Solo el sonido chirriante de las aspas metálicas del exterior en lo alto del depósito de agua, irrumpían la tranquilidad de la noche.
Anne despertó al sentir escalofríos, no sabía cómo, pero la vieja colcha yacía a los pies de la cama, dejando al descubierto, su cuerpo desnudo. Recogió el montón de lana y volvió a cubrirse sin darle demasiada importancia. Sintiendo de nuevo el confortable calor, cayó por segunda vez en un profundo sueño.
Las aspas se detuvieron y el chirrido con ellas, dejando la habitación en completo silencio mientras la colcha, volvía a deslizarse lentamente por su joven cuerpo. Anne abrió los ojos por completo al sentir un peso enorme sobre ella. Intentaba moverse queriendo zafarse de aquella presión, pero lo único que la obedecieron, fueron sus ojos desesperados buscando alguna explicación por toda la habitación.
Con la respiración acelerada, entró en pánico expulsando cada desagradable inspiración que alojaba en sus pulmones al percibir aquel olor putrefacto que, en cuestión de segundos, comenzó a apoderarse de la estancia. Sentía sobre su cuello aquel soplo que la paralizaba, la angustiaba, le erizaba la piel. Alguien se encontraba sobre ella, alguien que restregaba su cuerpo desnudo contra el de Anne y descargaba aquel fétido olor sobre su rostro con cada jadeo que pronunciaba.
Alguien… que no podía ver.
Sus hombros comenzaron a hundirse en el colchón al sentir presión sobre ellos que la lastimaban. Eran sus manos, las usaba para descansar sobre ella, cada vez estaba más segura de que un ser maligno, se iba a apoderar de ella.
Sus piernas se separaron sintiendo al momento como arrancaban bruscamente su virginidad. El cuerpo de la joven se deslizaba con cada embestida hacia la apolillada madera del cabecero, convirtiendo en testigos a los posibles habitantes de aquellas pequeñas perforaciones.
Por más que intentaba gritar, no lograba separar sus labios liberando aquel mensaje de auxilio que recorriera la casa en busca de ayuda. Fue cuando las lágrimas hicieron aparición en la oscura habitación, terminando por desaparecer, en la almohada.
Anne se vio de repente libre en el mismo momento que las aspas volvieron a girar de nuevo.
Sentada sobre la cama, después de varias horas, se llevó las manos a su vientre, sintiendo vida en su interior.
Y aquí me encuentro yo ahora, enterrando a mi hermana que falleció dando a luz a un monstruo que maté al instante a los cuatro meses después de que todo sucediera. Debí ayudarla aquella noche, lo sé, cuando me quedé aterrorizada en el quicio de la puerta viendo como todo sucedía… pero no pude.
Que Dios me perdone, pero… no era humano.
No era humano, no era humano…
Repetía una y otra vez las mismas palabras mientras, ayudada con el pie, hundía con facilidad en el barro el oxidado metal de la pala.
La lluvia hizo intentos en vano por borrar la mancha de sangre que mostraba su camisón en el bajo vientre.
Arrojando palada tras palada en aquel hoyo, fue desapareciendo toda pista, de lo que sucedió aquella noche.
No era humano, no era humano…
Todo comenzó la noche antes de Navidad. Anne dormía plácidamente abrigada hasta los hombros. Su respiración era lenta y rítmica. Solo el sonido chirriante de las aspas metálicas del exterior en lo alto del depósito de agua, irrumpían la tranquilidad de la noche.
Anne despertó al sentir escalofríos, no sabía cómo, pero la vieja colcha yacía a los pies de la cama, dejando al descubierto, su cuerpo desnudo. Recogió el montón de lana y volvió a cubrirse sin darle demasiada importancia. Sintiendo de nuevo el confortable calor, cayó por segunda vez en un profundo sueño.
Las aspas se detuvieron y el chirrido con ellas, dejando la habitación en completo silencio mientras la colcha, volvía a deslizarse lentamente por su joven cuerpo. Anne abrió los ojos por completo al sentir un peso enorme sobre ella. Intentaba moverse queriendo zafarse de aquella presión, pero lo único que la obedecieron, fueron sus ojos desesperados buscando alguna explicación por toda la habitación.
Con la respiración acelerada, entró en pánico expulsando cada desagradable inspiración que alojaba en sus pulmones al percibir aquel olor putrefacto que, en cuestión de segundos, comenzó a apoderarse de la estancia. Sentía sobre su cuello aquel soplo que la paralizaba, la angustiaba, le erizaba la piel. Alguien se encontraba sobre ella, alguien que restregaba su cuerpo desnudo contra el de Anne y descargaba aquel fétido olor sobre su rostro con cada jadeo que pronunciaba.
Alguien… que no podía ver.
Sus hombros comenzaron a hundirse en el colchón al sentir presión sobre ellos que la lastimaban. Eran sus manos, las usaba para descansar sobre ella, cada vez estaba más segura de que un ser maligno, se iba a apoderar de ella.
Sus piernas se separaron sintiendo al momento como arrancaban bruscamente su virginidad. El cuerpo de la joven se deslizaba con cada embestida hacia la apolillada madera del cabecero, convirtiendo en testigos a los posibles habitantes de aquellas pequeñas perforaciones.
Por más que intentaba gritar, no lograba separar sus labios liberando aquel mensaje de auxilio que recorriera la casa en busca de ayuda. Fue cuando las lágrimas hicieron aparición en la oscura habitación, terminando por desaparecer, en la almohada.
Anne se vio de repente libre en el mismo momento que las aspas volvieron a girar de nuevo.
Sentada sobre la cama, después de varias horas, se llevó las manos a su vientre, sintiendo vida en su interior.
Y aquí me encuentro yo ahora, enterrando a mi hermana que falleció dando a luz a un monstruo que maté al instante a los cuatro meses después de que todo sucediera. Debí ayudarla aquella noche, lo sé, cuando me quedé aterrorizada en el quicio de la puerta viendo como todo sucedía… pero no pude.
Que Dios me perdone, pero… no era humano.