El capitán Val Miller, después de un mes, declara por primera vez para el diario local sobre lo ocurrido durante la trágica catástrofe que conmovió a todo un Estado. El capitán nos cuenta cómo vivió la aterradora noche en la que consiguió salir ileso.
«Me encontraba en el puesto de mando reclinado en mi silla y disfrutando de una taza de chocolate antes de irme a dormir».
El barco de mantenimiento Ciudad de México se encontraba fondeado a pocos metros del pozo petrolífero. Desde allí, el capitán Miller pudo ser testigo de todo lo sucedido en el pozo con más prestigio de México.
«Iban a dar las once de la noche cuando oí la explosión y vi una gran llamarada azul justo debajo del módulo B de la plataforma. Me puse rápidamente en contacto por radio con el responsable de la sala de operaciones. Me dijo que una alarma se había disparado en el panel de mando alertando de que una de las bombas se había detenido en la sala de máquinas. La comunicación se perdió justo cuando divisé una segunda explosión que hizo saltar por los aires el módulo de los dormitorios. En aquel momento solo pude pensar en las casi doscientas personas que se encontrarían allí».
Otro de los supervivientes, el señor Jonny Slater, miembro del equipo de mantenimiento, reveló que el motivo de la catástrofe había sido una de las válvulas que se encontraba defectuosa. Sabemos por él, que el equipo de mantenimiento desconectó la bomba de condensación que estaba conectada a dicha válvula. La estación estaría bombeando petróleo con una sola. Según Slater, no tenía por qué pasar nada.
Slater declaró que la estación ya había trabajado con una sola bomba en otras ocasiones. Pero una segunda alarma avisó de un escape de gas en la misma sala de máquinas. Fue lo que provocó la primera explosión que vio el capitán del barco. El jefe de mantenimiento se asustó al ver cómo empezaron a saltar las alarmas una detrás de otra. En el panel solo se veían luces naranjas de advertencia parpadeando, junto a varios sonidos acústicos que penetraban sus oídos. Una tercera explosión sacudió a Slater haciendo que tomara la decisión de abandonar su puesto de trabajo y dirigirse hacia el exterior. Las llamas y el humo le impedían avanzar en tan arriesgada maniobra. Una enorme lengua de fuego avanzaba sobre su cabeza. Arrastrándose por el suelo y casi desvanecido por el calor y la inhalación de humo, consiguió salir. Al alcanzar la cubierta de las instalaciones, Jonny Slater corrió por ella cuando la última explosión que sufrió el pozo petrolífero lo arrojó al mar consiguiendo sobrevivir a la caída. El capitán del barco de mantenimiento, Val Miller, pudo rescatarlo al ver cómo un hombre era arrojado al agua. El superviviente alega que la culpa de que ocurriera la catástrofe fue por la decisión que tomó el jefe de producción, Clive Smith, uno de los ciento ochenta y siete fallecidos. Smith dio el visto bueno y ordenó que se pusiera en marcha la bomba a la que se le había desconectado la válvula defectuosa.
«Le dije que no era aconsejable. Que los de mantenimiento no habían terminado su trabajo y la válvula seguía defectuosa. En ningún momento hubo un parte firmado confirmando que el trabajo se hubiese terminado. Yo mismo lo comprobé. Pero el jefe de producción no me hizo ningún caso. Su único afán era seguir bombeando a pleno rendimiento. Todos nos sentíamos muy presionados con la producción, pero aquella no fue la mejor decisión».
Entre lágrimas por la pérdida de todos sus compañeros terminaba de declarar el superviviente.
«Mientras huía vi a varios de mis compañeros resguardados bajo las mesas del comedor. Era donde se suponía que estaríamos a salvo y debíamos esperar al equipo de salvamento. Gritaban que me quedara allí con ellos, pero yo sabía que no se trataba de un problema pequeño y que a ningún equipo de salvamento le daría tiempo a llegar. Era algo más que eso. Era el final del pozo y tenía los minutos contados».
Ian Smith bajaba las escaleras sin comprender nada. Necesitaba la ayuda de la barandilla para poder llegar hasta la planta baja. Entró en la cocina donde la señora Smith preparaba la cena.
—Mamá. —La llamada de Ian hizo que su madre se girara con un cuchillo en la mano.
La señora Smith vio a su hijo en la puerta con los ojos vidriosos y con un recorte de periódico en la mano.
—Me dijiste que papá nos abandonó cuando yo era tan solo un bebé.
—Hijo. Yo… —Intentó decir la madre reconociendo el trozo de papel que temblaba en la mano de su hijo y que llevaba años ocultando en su cómoda.
—Mamá. Clive Smith era mi padre, ¿verdad? ¿Por qué me mentiste, mamá?
—Prefería que pensaras que tu padre nos había abandonado, a que supieras que fue un asesino por tomar aquella decisión que causó la muerte a casi doscientas personas.