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           Los fluorescentes parpadearon hasta fijar su luz sobre el arrecife. Boquerón asomó el rostro por el hueco roto de la vasija cubierta de verdín donde pasaba las noches desde que llegó.  Con los ojos entrecerrados, se dio media vuelta y siguió durmiendo. El resto de aleteadores que esperaban impacientes su ración de comida compacta en forma de escamas, le habían bautizado con ese nombre, no porque fuese un boquerón, sino por el reflejo plateado que proyectaba su cuerpo con la luz de los fluorescentes.

            La estrella de mar que reposaba sus ventosas sobre la blanca arena, no creía la reacción del pequeño. Iba a dar la hora y, cuando las luces inundaban la sala, boquerón salía corriendo hacia el otro extremo pasando por corales y anémonas de colores. Allí, fielmente desde que llegó al acuario, el pequeño aleteado acudía puntual a la cita. Aquel momento para él, era el más reconfortante, el único que le mantenía ilusionado durante el resto del día.

            —¿Es qué no vas a ir hoy a su encuentro? —preguntó la estrella.

            Boquerón, al oír la voz de su compañera, abrió los ojos de par en par. Una gran polvareda rodeo al pequeño haciendo imposible ver en el interior de la vasija provocada por sus aletas al girarse. Salió rápidamente de su interior, y miró el reloj que colgaba de la pared encima de la puerta.

            —¡Las siete y diez! —gritó moviendo todo lo rápido que pudo sus extremidades.

            En cuestión de segundos sobrepasó los corales quienes se movían gracias a la corriente producida por aquel extraño aparato que le ponía las escamas de punta. Continuó ágilmente sorteando las anémonas mirando de reojo el negro artefacto hasta llegar a su destino. Allí, con la mirada fija, esperaba su cita impaciente. Boquerón movía sus aletas sin moverse del lugar con una amplia sonrisa e ilusión. Comenzó a realizar sucesivas volteretas cuando vio aparecer su cita diaria sin poder ocultar su alegría. Portaba un mono gris, con el cubo y sus artilugios de limpieza. Se colocó delante del cristal dejando el recipiente en el suelo mientras introducía una bayeta en su interior y la escurría con fuerza. La pasó por el cristal, y deslizó el limpiador de arriba hacia abajo mientras Boquerón le miraba embelesado.  

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