top of page

       Detengo el Ford a pocos metros. Paro el motor y apago las luces. Robo un cigarrillo a la pitillera que me regaló Rachel en mi último cumpleaños, y lo enciendo. Doy una profunda calada y en cuestión de segundos, el habitáculo se sumerge en una espesa niebla de nicotina. Bajo unos centímetros el cristal de la ventanilla para liberar parte del humo, mientras abro la guantera y rescato de ella un revólver del calibre treinta y ocho. Lanzo al exterior el cigarrillo sin apurar, viendo cómo termina estrellándose contra el asfalto.

      Me reclino sobre el asiento y miro hacia la carretera. Sabía que no tardaría en llegar, de hecho, me extrañó que a esas horas no estuviese en casa. Había tenido el tiempo suficiente para estar incluso acostado, aunque no dormido. Pero sabía que no era así.

      Su coche no estaba aparcado fuera.

    Mi mente comienza a divagar recordando lo sucedido tan solo un momento antes. Hace tan solo una hora escasa que la he matado con mis propias manos; ahogándola. Llegaba a casa después de estar una semana de viaje, inmerso en reuniones de empresa. Lo hacía con un día de antelación y no quise avisar a mi esposa para darle una sorpresa. Cansado, pero deseando ver a Rachel y engatusarla para que hagamos el amor, subo las escaleras que llevan directo al dormitorio y me extraña encontrarla en la ducha. Veo la cama deshecha y la colcha tirada por el suelo. Sin darle importancia prefiero desnudarme y esperar a que salga del baño.

     Recojo la ropa de cama y la coloco sobre una silla. Entonces la veo. Veo la cartera de Peter. La reconozco enseguida. Numerosas veces la ha sacado delante de mí cada vez que me invita a unas copas en el bar de la esquina. «El muy hijo de puta». Digo sin darme cuenta que he hablado en voz alta. Miro hacia la puerta del baño por si  Rachel me ha oído. El agua de la ducha ensordece mis palabras. «Los muy cabrones han debido de oírme entrar a pesar de aparcar el coche retirado». Pero esta vez lo digo sin separar mis labios para no correr riesgos. Dirijo la mirada hacia la ventana. Está ligeramente abierta. Supongo que ha sido la vía de escape de quien creía mi mejor amigo. Entonces sale Rachel del cuarto de baño. Mojada. Envuelta en una toalla. Mira el objeto que aún sostengo en la mano mientras yo, la miro directamente a sus iris azulados que siempre me han vuelto loco. Su mirada abandona la cartera para posarla en mis ojos mientras niega con la cabeza. No le da tiempo a reaccionar ni a pronunciar palabra.

    Estoy fuera de mí. Como un energúmeno mis manos se lanzan a su garganta. Aprieto. Lo hago tan fuerte que siento crujir sus frágiles huesos. Entonces Rachel deja caer el peso de su cuerpo y yo, yo no hago nada para detenerlo. La observo unos instantes. Si no fuese por la posición con la que ha caído, parecería que duerme profundamente. Recojo mis Kalvin Klein y comienzo a vestirme.

      Es él. Es su coche. Abre la puerta del garaje y se adentra en él. Me bajo corriendo portando mi arma sin preocuparme de cerrar el Ford. Hago rodar mi cuerpo antes de que la puerta  automática toque el hormigón del suelo, colándome en el interior. Oigo como el motor se detiene y se abre la puerta del conductor. Aun tumbado sobre el suelo veo aparecer su pulcra bota marrón, después la otra. Me pregunto si habrá echado de menos la cartera. Las luces de emergencia parpadean un par de veces acompañadas del característico sonido al activar el cierre centralizado. Es cuando me levanto y apunto con el revolver a su cabeza. No hay palabras. No son necesarias. El cuerpo de Peter se queda paralizado a escasos dos metros de mí con la vista clavada en el cañón que lo amenaza mirándolo con su solo ojo.

     Entonces siento como las paredes del garaje retumban y mis oídos quedan sordos.

      —¡Corten! —Oigo gritar al director—. La escena es buena. No hace falta repetirla. Hemos terminado por hoy.

FR.jpg
bottom of page